9. Hong Kong

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24 de junio. Llegada a Hong Kong

Al despertar por la mañana en el tren, me dirijo al baño y observo que el desagüe da directamente a las vías. Todo lo que hicieses allí, iba a parar a la calle. Con una anécdota de las que dibujan una sonrisa en la cara, comenzamos el día en el que arribaríamos a nuestra última etapa del viaje, Hong kong. Fue el broche perfecto.

SenZhen, ciudad de la que no podemos hablar ya que vimos solo el interior de la estación, fue un sitio sencillísimo para el tedioso trámite burocrático de visas, aduanas y posterior paso a Hong Kong.
Otro tren, unos cuarenta minutos después, nos dejaría directamente en Yu Ma Tai, Kowloon, a cinco minutos a pie, del hotel que reservamos por internet desde el ordenador de nuestra habitación de Yangshuo.
Lo primero que nos dimos cuenta, es que todo está perfectamente señalizado en inglés, idioma que, después de un mes usándolo como única herramienta de entendimiento, vas buscándolo como un desesperado.Y, que los "hongkoneses", son chinos que hablan un exquisito inglés, son extremadamente educados y atentos. Si te ven ojear el mapa despistado, enseguida se ofrecen con un "Can I help you, sir?"
El hotel que conseguimos a buen precio para ser Hong Kong, por fuera no lo parecía, pero por dentro era lujoso y moderno. La habitación algo pequeña, pero muy coqueta y bien diseñada, aprovechando cada espacio.
Enseguida nos refrescamos y salimos a la calle en busca de la Bahía Victoria. Utilizamos para desplazarnos el metro, que es una auténtica maravilla. Ordenado, rápido, bien señalizado y barato.
Al salir en nuestra parada, sacamos nuestro mapa y a los dos segundos ya teníamos una chica explicándonos como llegar al mejor sitio para ver el espectáculo de música y luces que cada noche hacen con los edificios del lado de la orilla de la isla de Hong Kong, que hay que verlo desde el lado opuesto, Kowloon.
La comunidad hindú, muy numerosa, por lo de que hasta hace pocos años, era una colonia inglesa, sustituyen aquí, a los chinos pesados "vendedores de todo". Son un poco "plastas" persiguiéndote ofreciéndote sus copias. En la China continental, con hacerte el loco y contestando haciéndote el enfadado un seco no, tenías suficiente. Con ellos no basta, hasta te agarran del brazo para detenerte y que les escuches, por lo que a veces, hay que recurrir a ponerse borde para que te dejen en paz.
De "enteraditos", desde que vimos la entrada al Star Ferry, nos hizo tanta ilusión, que nos metimos de cabeza, sin ni siquiera preguntar a que parte se dirigía, y acabamos en Central, en la isla. Rápidamente nos subimos a otro que nos llevó al extremo oeste de Kowloon, por lo que por mucho que corrimos, ya no llegamos a ver el show de luces.

No pasa nada. Mañana lo intentaríamos de nuevo.Estábamos de tan buen humor, que a pesar de la terrible humedad y el calor, salimos paseando hasta la "nueva avenida de las estrellas", donde disfrutamos de la silueta iluminada de los rascacielos de la isla, vimos la famosa estatua de Bruce Lee y pisoteamos las estrellas del suelo, firmadas por famosos actores chinos, entre ellos Jakie Chan o Chow Yun Fat.
De regreso a nuestro hotel, nos metimos en un restaurante para "hongkoneses". Como no tenían mesas suficientes, rodaron a unos cuantos y nos sentaron con ellos. Acertamos a percibir, que es costumbre compartir mesa con desconocidos, como en algunas partes de Europa, cosa que a los españoles nos choca un poco.
La comida era buena y a buen precio, nunca pagamos más de 10€ por los dos en ese restaurante, al que nombramos, porque repetimos varias veces: "nuestro restaurante oficial en Kowloon".
Después de cenar, nos recorrimos el nombrado mercado nocturno de Temple Street, que estaba pegado a nuestro hotel. Observamos que aquí, ya casi nadie regatea, y que se ofenden cuando comparas sus precios con los de Shanghai por ejemplo. Te contestan algo así, "como que esto no es China", que "China is f..."
Compramos alguna chuchería y al hotel sobre la 1:00am.

25 de junio: La isla de Hong Kong. Victoria Peak, Alberdeen.

Nos levantamos razonablemente temprano y salimos, como siempre, vía metro, hacia la isla, en busca de las vistas que ofrece el monte de Victoria Peak. Fue una chorrada llegar. Todo, absolutamente todo, en cada esquina, está señalizado eficientemente.
Pudimos comprobar, el orden, la puntualidad, la limpieza, el civismo más puro del estado independiente de Hong Kong.
Una auténtica pasada. Nada que ver con el territorio chino.

El estricto orden de influencia británica, con la magnificencia de los rascacielos de estilo New Yorkino, te dejan estupefacto.

Me sorprendí, debido a mi "deformación profesional", perdiendo el tiempo más de una vez, abstraído, observando simplemente el tráfico de estilo inglés, 
o de como la red de servicio público se complementa, de las paradas mixtas para los autobuses y tranvías, ambos de dos pisos, eran reguladas por un común semáforo.
Cuando estaba cerrado, cargaban y descargaban pasaje, y cuando cambiaba a verde, continuaban, cediéndoles los tranvías el paso a las "guaguas" para compartír el carril. Perfecto.



Subimos el monte, en el centenario Tram Peak.


Este, nos dejó en el centro comercial que está en lo más alto para acceder a su terraza superior, la Sky Terrace.


La panorámica, espectacular, y eso que la bruma fastidió un poquito.


Aunque es cierto que el efecto que esta le daba, tanto a los rascacielos, como a la vista de la bahía, era muy curioso.


Comenzó a llover débilmente y nos metimos a "goler" el interior del centro comercial.

Compramos varias chorraditas.

Curiosamente, aquí, dentro de un centro comercial, los propios vendedores, si no te veían muy interesado, te regateaban los precios.




Así que nos apuntamos al juego y conseguimos comprar algún juguetito y algún recuerdito, más barato incluso, que los precios que nos habían estado ofreciendo en el mercado nocturno del temple Street de la zona de Kowloon, al lado de nuestro hotel.


Después de las compritas, salimos paseando al exterior. Caminamos un ratito, por las calles y senderos de la colina.


Había una bonita panorámica de las islas cercanas, pero una fina lluvia con un sofocante calor, nos hizo retornar nuevamente dentro del centro, a disfrutar un rato más del aire acondicionado.




Dentro de nuevo, revolviendo otra vez en las numerosos negocios de souvernires, nos encontramos con un "karateka de cera", con él, perdimos un rato el tiempo, riéndonos con la gente, que se apuntaban a propinarle una pequeña paliza...



Bajamos de nuevo a la parte Central de Hong Kong, y después de un rato fascinados con el movimiento de gente y tráfico por la calles, encontramos una estación de autobuses ligeros (o guaguas pequeñas), así que nos montamos en la que lleva a otro de los emblemas de la isla, el muelle de Alberdeen.

Es más la fama que otra cosa. O Será que yo soy isleño y llevo viendo muelles toda la vida, pero éste tiene los típicos "sampanes" paseando entre barcos de pesca y recreativos y poco más.
Las viejitas te acosaban un poco para pasearte por el muelle en sus diminutos "sampanes", pero se tiraban un "pocazo" con los precios.
En el hotel, nos ofrecían el paseíto en sampan por 55HDK, mientras que estas pretendían 120 por cabeza occidental. Como no nos apeteció nada, paseamos un rato por el muelle, que a pesar del romanticismo de las épocas anteriores que evocan los sampanes, estaba un poco asquerosillo, hay que decirlo. El tiempo estaba empeorando, llovía con más insistencia, por lo que declinamos ir a ver la playa de Repulse Bay y calculamos la hora de regreso, para no perdernos hoy el espectáculo de luces.
Llegamos a la orilla de Kowloon, hoy sí, a tiempo, pero ya había mucha gente ocupando sitio esperando el comienzo del show. Nos sentamos en un ladito de la terraza, el que da para el embarcadero de los "golondrinas" de la empresa Star Ferry, que cruzan hasta Central, con tan buena suerte que el espectáculo, estaba centrado justamente en los rascacielos que teníamos frente a nosotros.

Esperábamos algo más del mismo. A fin de cuentas, es un juego de luces que dibujan la silueta de los rascacielos a ritmo de una musiquilla china, que se emite por unos altavoces situados por todos lados en el muelle. Con un poco de mejor gusto, ganaría muchos enteros. A pesar de la crítica, no estuvo mal del todo.
Después de un último paseo por la avenida de las estrellas, nos dirigimos rumbo al hotel, haciendo escala en "nuestro restaurante oficial" y en el mercado, donde hicimos esa noche, la mayor parte del "shopping" que nos permitían nuestras mochilas.
A propósito de las mochilas, comentar, que la mía había perdido peso, ya que a lo largo del periplo chino, había ido desprendiéndome de alguna pieza de ropa, que o bien, había sudado demasiado como para lavarla, o bien yo había perdido alguna talla, fruto del ejercicio bajo el extremo clima, y algún pantalón, ya me quedaba como un saco.
El Show de luces visto desde Kowloon:



26 de junio: la última aventura, el buda de la isla de Lamma. El pesado y triste regreso a casa.


El día amaneció tan triste y gris, comparable a nuestro estado de ánimo. Llovía muchísimo. Nosotros estábamos apesadumbrados por tener que acabar nuestra aventura hoy.
Después de un mes, practicamente durmiendo casi cada noche en un sitio distinto, después de cada día ver los lugares y las cosas tan bonitas y distintas a las nuestras que vimos, tan diferentes a las que apreciamos y amamos, pero que nos son tan cotidianas como el respirar, se hace pesado tener que poner fin.
Una parte de ti, echa en falta a tus seres queridos, la otra, solo quiere más y más aventura. Es en parte la culpa o la suerte, según la óptica con la que se mire, de haber nacido en la parte del mundo en la que lo hicimos.
En un furibundo impulso, como negándonos que hoy acabaría todo, dejamos las mochilas preparadas en el hotel y nos salimos a la calle en busca de más aventuras y cosas nuevas que ver. Resultó una aventura pasada por agua.
A pesar del clima, decidimos sobre la marcha ir a ver el buda de bronce sentado, más grande del mundo, en la isla de Lamma. Isla a la que se llega sin muchos transbordos en la fabulosa red de metro de Hong Kong. Como una hora y media después, llegamos. Íbamos hablando por el camino de la gran suerte que habíamos tenido con el clima durante todo el viaje, por lo que estábamos seguros, que hoy sería igual. Ilusos de nosotros, hoy la lluvia no nos respetó. Nada más salir del metro, en busca del teleférico para subir hasta el poblado, alcanzamos la primera mojada importante.

Desde el "cablecar", casi no se podía ver nada. La bruma y la espesa lluvia ocultaron todo el paisaje. Si acaso, en las rías que separan las numerosas islas, a la altura del aeropuerto, divisamos varios grupos de "mariscadores" faenando, algo de vegetación de las montañas y poco más.

Al salir del teleférico, en el callejón central de la villa escénica que conduce hasta la figura del buda, la lluvia apretó de tal manera, y la bruma se espesó tanto, que al llegar a la última y empinada escalera, nos tuvimos que refugiar entre unos kioskos.
Más de una hora esperando que el tiempo se calmara y no lo hacía. Más bien empeoraba. Chorreábamos por todos lados, y por primera vez en el país, empezamos a sentir frío.

La climatólogia, nos devolvió a la realidad. Teníamos que tomar un avión esta noche y lo íbamos a hacer empapados, por "noveleros", así que frustrados por no poder culminar una aventura, la primera vez que nos ocurrió en todo el viaje, decidimos volvernos cuando amainara el temporal.
He aquí, que caminado cabizbajos de vuelta al telecable, la lluvia da una mínima tregua, y en un último impulso por no rendirnos y cumplir nuestra meta, convenzo a Mari para correr de vuelta en un último intento. Corrimos lo que pudimos, con miedo a que comenzara la lluvia de nuevo. Nada, la espesa niebla tampoco dejaba verlo. Nos sonreímos complices, por lo menos lo habíamos intentado. Justo cuando nos giramos para retornar, en un fugaz vistazo, ¡ahí estaba!

Se asomó unos segundos, y nos despidió. Parecía que nos miraba con tristeza a través de la bruma, y que con su mano derecha levantada nos dijera adiós, antes de ocultarse de nuevo.
Emprendimos camino de vuelta reconfortados, con el corazón hinchado y la conciencia tranquila por haber cumplido nuevamente con el reto que nos habíamos planteado.
Desde el cablecar, miramos nuevamente con nostagia hacia el lugar donde debería estar la figura del Buda, y este, no nos defraudó. Nuevamente se nos apareció, justo en la cima en que lo esperábamos. Magnífico, sentado, nos decía adiós y desapareció esta vez ya, para no volverlo a ver más. ¿Una señal? No lo sabemos, tal vez nos estuviese invitando a volver a visitarlo nuevamente algún día.
Llegamos como dos sopas al metro. A ver, cómo íbamos a soportar las veinte horas de aviones y aeropuertos en ese estado. Nos invadieron las risas nuevamente
En Kowloon, intentamos comprar alguna cosita más en el Temple Street, pero la lluvia arreció con virulencia de nuevo y nos remojó una vez más. Por fin nos rendimos y nos metimos en en hotel.
Al vernos entrar, nuestro lastimoso aspecto mojado, y nuestra "llorada" a los recepcionistas, les ablandó el corazón y nos dejaron subir al último piso, a la cafetería que estaba cerrada en ese momento y pudimos secarnos y cambiarnos de ropa.
Decidimos que ya no más agua, y hablamos con la recepción para que nos llamase a un taxi.
Camino al aeropuerto, pudimos dar la última mirada a la silueta de Hong Kong. Casi se nos saltaban las lágrimas, cada vez que nos venía la idea a la cabeza de que ya, nos íbamos.